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03 marzo 2010

EL TAGARINO...Presentación en internet



José Urbano Priego
10 mayo 2010
El 10 de febrero salió a la luz mi ópera prima, una narración a medio camino entre la novela y la crónica novelada, cuya acción se desarrolla en tierras andaluzas —en especial en el antiguo reino de Granada— durante los años 1497 y 1515, en plena transición del último régimen islámico en la península Ibérica al sistema político-social sectario y excluyente instaurado por los Reyes Católicos tras la conquista de La Alhambra.
En esta obra se narran los avatares del joven Sahid al-Kurtubi, vástago mayor de una notable familia musulmana, que con solo trece años participó en los primeros trabajos de imprenta que tuvieron lugar en Granada, bajo la tutela del arzobispo Hernando de Talavera y la dirección del maestro impresor alemán Meynard Ungut. La predisposición natural del muchacho, su conducta y sus valiosas capacidades personales abonaron el terreno para adentrarse en el incipiente y revolucionario mundo de la tipografía, al que tanto aportaría, que en aquellos años pasó de ser talleres itinerantes de la mano de expertos alemanes a instalar sus negocios  paulatinamente en las principales ciudades españolas.
Constituye un factor fundamental en este libro las consecuencias de la rendición de Boabdil, acaecida el 27 de noviembre de 1491. Por lo acordado en la capitulación de Granada entre este emir, el rey Fernando de Aragón y la reina Isabel de Castilla —texto conservado hasta hoy—, los Reyes Católicos se comprometían a respetar y salvaguardar el modo de vida de los musulmanes residentes en la ciudad y sus comarcas, por lo que se establecería un sistema jurídico dual que velara por los intereses de ambos colectivos. Este pacto, que empezó bien, duró escasamente ocho años. En 1499 apareció en escena el arzobispo de Toledo Francisco Jiménez de Cisneros para envenenar la convivencia y truncar las expectativas de los entonces llamados mudéjares. Con su carácter fanático y enérgico relegó al ostracismo al bueno del arzobispo Talavera, que con sus métodos suaves de integración apenas consiguió ningún cambio a los ojos de los monarcas. La actuación desafiante de Cisneros, que consideraba los términos de la capitulación inaceptables por demasiado generosos, era una trampa encubierta. A base de humillaciones de todo tipo buscó provocar a los musulmanes, retorcerles el pescuezo hasta que éstos cometieran la torpeza de sublevarse, lo que, efectivamente, sucedió en vísperas de Navidad de 1499 en el barrio del Albayzín, extendiéndose al Valle de Lecrín, La Alpujarra y otras comarcas andaluzas. El plan era perfecto: Las sublevaciones fueron cruelmente reprimidas y los monarcas ya tenían la justificación que pretendían para liberarse de la dichosa clausula de respeto que les tenía atenazados. Se acabó la tolerancia.
Este episodio marcaría el comienzo de una durísima represión, que duraría unos 115 años, contra los musulmanes y sus descendientes, dando lugar a la fatídica pragmática promulgada por Isabel la Católica en 1502, que obligaba a los musulmanes a convertirse al Catolicismo o a emigrar con lo puesto. Este incumplimiento oficial, inmoral e ilegal, marcaría de manera profunda la vida de nuestro protagonista Sahid. La familia Al-Kurtubi decidió emigrar a Mostagán (Mostaganem, en la actual Argelia) tres semanas antes de la promulgación de aquella oprobiosa pragmática. No obstante, Sahid decidió permanecer en su tierra y de sus antepasados y luchar contra la ignominia promovida por Jiménez de Cisneros —con la connivencia de los monarcas— contra su gente. Enamorado de Beatriz de Sotomayor, tuvo que sufrir también el desprecio de la familia de ésta, que no aceptaba este amor imposible de una preciosa muchacha cristiana con un moro, por muy noble que éste fuera.
Con cierta lógica, algunos pueden opinar que esta obra, urdida con exhaustivo rigor histórico —como su título indica se trata de una crónica— nació desde la subjetividad de su autor. Resultaría complicado discernir al respecto, porque con toda seguridad sus capítulos destilarán el sentimiento propio de mi querencia, pero en todo momento he tratado de exponer los hechos con objetividad, sin ninguna intención apologética. Prueba de ello es que personajes cristianos como Gonzalo Fernández de Córdoba —el célebre Gran Capitán —, a quien le dedico un capítulo completo aunque su carismática figura sobrevuela toda la obra, es ensalzado con enorme cariño por sus magníficas cualidades humanas. Lo mismo ocurre con el arzobispo Hernando de Talavera, cuyo carácter respetuoso, afable e integrador añade una nota ejemplar de bonhomía. No corrieron la misma suerte, entre otros, los arzobispos Cisneros y Deza, paladines de las tesis del ala dura del sistema sectario que acabó imponiéndose en los reinos hispánicos, y que perduraría durante los siglos sucesivos. Cada cual en su sitio y con su nombre, ahí radica, a mi juicio, la imparcialidad.
Para terminar esta reseña, diré que El tagarino: Crónica de un desarraigo es el primer tomo de una trilogía que está en camino, que, con el tema de los Moriscos de fondo, pretende ofrecer otra visión de este determinante hecho que la historiografía oficial española ha tergiversado artificiosamente durante siglos. Como sostienen algunos insignes expertos en la materia, como los catedráticos Francisco Márquez Villanueva o Pedro Martínez Montávez, ¿Dónde ponemos Al-Andalus? ¿Seguiremos considerando ocho siglos de nuestra historia como algo ajeno, postizo y desdeñable? ¿Es que esta convivencia —no invasión— no aportó nada bueno a nuestro acervo hispánico? Refutando la opinión de tanto cruzado y pelayista del siglo XXI, quien esto suscribe mantiene que el grandioso aporte del Islam, en todos los ámbitos de la vida, fue determinante para la conformación de la identidad española actual y la moderna y tecnificada sociedad occidental de nuestros días.
Creo que llegado a este punto no puedo sustraerme a escribir unas líneas sobre mí mismo, como autor de la obra presentada. Seré breve. En mi primera juventud mi labor se desarrolló en el ámbito de la auditoría de cuentas, que abandoné pronto para dedicarme a la cerámica artística, especializándome en murales y pilares de agua inspirados en le decoración persa y andalusí. Esta actividad constituyó gran parte de mi vida laboral, hasta que una repentina y larga enfermedad, con casi medio siglo a mis espaldas, me apartó de la vorágine social y propició mi sueño desde que era un niño: dedicarme a escribir. Cambié el pincel por la pluma, y en ello estoy, ilusionado con el nuevo horizonte que generosamente se me abrió. Acepté el Islam en 1984 —muchos sólo me conocen como Mohammed Yusuf—, aunque navego, cual tagarino, entre ambas orillas en busca siempre de tender puentes a la buena convivencia y al respeto al diferente. Amenazo desde aquí con seguir aireando mis párrafos con humildad, aunque llamando a las cosas por su nombre, en el convencimiento de que ello forma parte vital de la integridad que debe buscar todo ser humano en su devenir.
Por último, me referiré a la divulgación de esta obra. A la vista del estado del mercado editorial, máxime en estos tiempos de crisis financiera, y habida cuenta de mi condición de novel en la materia, he decidido, en lugar de esperar sentado a que una editorial se digne siquiera a escucharme, comenzar a publicar mediante el novedoso medio de la autoedición de la mano de la prestigiosa casa Bubok. De esta manera el libro está en la calle con dignidad, al alcance del lector que le apetezca pedirlo cómodamente vía internet. 



1 comentario:

Antonio Fernández López dijo...

Ya he tenido ocasión de leerla. Mi comentario tiene poco valor riguroso porque reconozco que no soy nada objetivo cuando se trata de este tema. Parece que te ha costado lo tuyo toda la documentación. Me ha interesado mucho la figura del Gran Capitán, aunque ya tenía conocimientos anteriores. Creo que los interesados tenemos algún tipo de obligación con estas gentes y con tánta injusticia. No debemos permitir que se haga el olvido sobre tanto sufrimientos así, sin más