El destino, o quizás mis propios pasos, me ha traído a este parque desierto de Enkhuizen. Estoy en un país lejano, extraño y frío. Es una mañana gris. Todo a mi alrededor es serenidad. No veo personas por ningún lado, sólo pájaros y flores. El cielo amenaza lluvia. Siento que mi hogar es este banco de madera. Pienso en mi vida desmembrada y en mis niños tristes por la ausencia de su padre. Expatriado, solo, abatido, deshecho, empobrecido, descorazonado. Todas mis pertenencias acumuladas en cuarenta años están en una sola maleta. Pero no caben lamentos, ni cobardías, lo que no me impide sollozar. Vienen a mi memoria las palabras de aquel sabio: “Alguien está aún peor que tú”. Agradezco al cielo por permitir que mi corazón siga latiendo. Partiendo de este estado sólo se puede prosperar. Ya aparecerán las señales para una nueva senda. Y aparecieron.
José Urbano Priego © 2010
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