Prima hermana de los celos,
destruye siempre,
a quien la alberga
y a quien la sufre:
maldita envidia,
que vocea, agazapada,
cual sentina de azufre.
Ponzoñosa, ostenta
la crueldad del cobarde;
del anodino, la maldad;
del pérfido, su frialdad
y la fealdad del infame.
Por el ojo penetra su mal.
¡Es la mirada!
Su mala mirada.
Invídere.
Por ello me aparté
a los bosques
desiertos y oscuros,
entre las fieras nobles.
Miserables,
que devorasteis mi carne,
que deseasteis mi muerte,
porque entre mil yerros
me hallasteis una gracia:
hija de mil destierros,
esa gallardía,
esa gallardía,
que os martiriza,
que os martillea
en el pecho estrecho
pútrido de iniquidad,
combate la injusticia
y refuta vuestra hombría.
Varones de medio pelo,
calzonazos,
encelados del recelo:
no es menester que me escondáis
las bellas hembras
que mercasteis
con el oro falso
que heredasteis,
y que ahora, hastiadas,
ya no aguantan vuestro efluvio.
¿Acaso pensáis, mezquinos,
que soy como vosotros?
Aquí resido,
sereno, malherido,
en el dulce exilio
que me procuró, envidiosa,
vuestra falsedad.
¡Dejadme en paz!
José Urbano Priego © 2012
1 comentario:
Hola amigo,
Qué preciosidad!! vuelves con garra.
Me la llevo a mi blog, es imprescindible difundirla.
Un besote grande
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