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11 mayo 2010

Palestina

El terrible sufrimiento del pueblo palestino clama ya al cielo de una manera desgarradora, insoportable para cualquier ser humano. Las humillaciones que deben sufrir a diario, en su propia casa, pretenden rebajarles al grado más bajo que se pueda imaginar. Los animales domésticos de los europeos o estadounidenses gozan de mayores miramientos que los indefensos niños, mujeres o ancianos de este enclave geográfico, cuna de la civilización.

Si en 1947 los palestinos vieron cómo el mundo occidental les impuso en sus territorios un Estado de nueva creación, Israel, a modo de desagravio contra un pueblo que venía de sufrir un horrible genocidio, desde esta fecha tienen que lamentar cómo este pueblo, el judío, convertido con la ayuda incondicional de EEUU en uno de los ejércitos más sofisticados del planeta, se ensaña con un desprecio inusitado contra sus vecinos, destruyendo sus casas, vejándolos, avasallándolos de mil maneras, arrinconándolos, confinándolos en las zonas más yermas y haciendo de sus vidas un auténtico infierno.

Desde esa fecha, a base de guerras y un hostigamiento sistemático, la población palestina ha tenido que replegarse hasta ser recluida en las tierras de la Margen Occidental y la Franja de Gaza, que en total suma el 22 % de sus legítimos territorios. Y aún así, en estos reductos, los fanáticos gobiernos israelíes de las últimas décadas han desarrollado todo un programa de asentamientos de colonos judíos, armados hasta los dientes y escogidos entre los de perfil más violento y hostil, tendente a legitimar sus posesiones arrebatadas en 1967. Todo ello desoyendo el efímero clamor de la gente de bien, incumpliendo todas las convenciones internacionales sobre conflictos armados y todas las resoluciones de la ONU. Es decir, con total impunidad.

La campaña continuada de hostigamiento y humillación desplegada contra el pueblo palestino, de mayoría musulmana, ha sido y es tan abyecta, que cualquier persona con sangre en las venas tiene el derecho, si no el deber, de responder. Las dos Intifadas se enmarcan en esta idea: piedras contra tanques. El nivel de odio mutuo ya ha llegado a un punto de difícil retorno, pero suscribiendo las voces del Premio Nobel José Saramago y otros muchos intelectuales, resultaría indecente colocar en el mismo rango al opresor y al oprimido, al que ataca y al que se defiende, al exterminador y al exterminado… Por favor, os lo ruego, no cometáis la osadía de defender vuestros derechos, porque seréis tachados de terroristas y abatidos como perros callejeros. Los bulldozers destruirán vuestras casas, las bombas indiscriminadas de fósforo blanco os abrasarán las carnes, vuestra vida se convertirá en un tormento y vuestra memoria será vilipendiada. Por favor, no os rebeléis. Vuestras víctimas serán sólo un frío número, sin nombre, sin dignidad…

Y ya se encargarán los serviles medios de comunicación de presentar la historia de forma apropiada, para que las instituciones que deberían velar por la Justicia no se vean señaladas, y para que los complacientes ciudadanos civilizados sigan pensando en asuntos menos hirientes.
José Urbano Priego © 2010 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Continua escribindo que es siempre importante transmitir la historia a todos...